
Querido yo:
Siempre consideraste tus libros y discos como una prolongación de tu cerebro. Como éste nunca demostró gran rendimiento, cualquier gadget periférico te venía bien. Sin embargo fuiste una de las muchas personas de tu época que, desde que la cosas comenzaron a tener formato digital, abandonaron el hábito de ordenarlas, hacer limpieza de vez en cuando y desechar las que ya no te serían útiles.
I. Excesos
Al principio te reservaste la custodia de tus archivos, con el tic del coleccionista físico aun, acumulando soportes digitales que pronto abandonarías para librarte de cargar con ellos y por fin colocar todo en lugares remotos. Incluso para, simplemente, dejarlos ahí. Nunca supiste exactamente dónde; te bastaba pensar que podías acceder y recuperarlos en cualquier momento. Además... ¡era gratis!
Cartas, textos, fotos, vídeos, grabaciones sonoras, discusiones en la red, conversaciones, música... Por omisión, comenzó a amasarse el registro casi íntegro de tu vida diaria: tus llamadas telefónicas, tus compras, movimientos bancarios, lecturas, intereses, cualquier cosa que mirases... Todo aquello que pasaba por tu mente, aun de manera fugaz, era embalsamado en datos al instante, sepultado en una memoria artificial y archivado en una aburrida eternidad indolora.
El colapso se avecinaba mientras el coeficiente multiplicador de irrelevancia hacía estragos en las sobrecalentadas memorias disponibles en el planeta. Cada nueva nimiedad introducida en el sistema (una fotografía con amigos, un icono emotivo en un foro, un comentario en la noticia de cualquier periódico, la marca en un mapa virtual de los lugares en que habías estado) generaba respuestas y eventos de información, multiplicando sus réplicas ad nauseam y propagando la ecolalia de datos basura en un complejo cuya capacidad de almacenamiento resultó no ser infinita.
II. Energía
Ni gratuíta. Las máquinas necesitaban gran cantidad de energía para mantener disponible la información de tu cerebro extendido (COWWBOY, por su acrónimo en inglés COgnitive World Wide Brains Of You) junto con la de las respectivas seseras del resto de individuos. Un complejo que en conjunto equivalía a un cerebro 'tonto' colectivo, conocido como SHERIFF (SHEpherd of Running Intelligence Fast Forward). Alguien tendría que pagar para alimentar esas máquinas, no tan eficientes como los cerebros del mundo animal. Tu pereza y tu falta de pudor habían convertido tu cerebro extendido era una maraña desordenada, y tus flujos de pensamiento en la errática navegación por una red exportada a lugares realquilados. Hasta que tú, junto con millones de tus permanentemente conectados semejantes, tuviste que empezar a pagar por pensar.
Las revueltas sociales y los problemas de acceso a los COWWBOY se sucedieron. Un buen día el SHERIFF sencillamente implosionó, con efectos parecidos a los del profético episodio 1206 de South Park.
III. Neuroganadería
La búsqueda de resortes de memoria más abundantes y con menores necesidades de consumo y mantenimiento volvió las miradas de los investigadores hacia el mundo animal.

Mejores frutos obtuvieron los experimentos con cerdos domésticos. Estos animales habían mostrado un comportamiento de interacciones sociales muy desarrollado, y su estructura cerebral parecía potencialmente más compatible con la nuestra. Gregarios y obedientes como los humanos, su utilización como bancos de memoria resultó tan exitosa que su población comenzó pronto a multiplicarse, hasta topar con el problema que ya te describí en mi anterior carta.
IV. La carrera espacial porcina

La neuroganadería alcanzó su apogeo, proporcionando miles de toneladas de puerca memoria para el almacenamiento de datos procedentes de los COWWBOY. Los gorrinos prestaban un doble servicio: reducir el problema de la basura al alimentarse de detritos físicos humanos, y alojar la información excedentaria de nuestras mentes, en su mayor parte basura digital (sobre todo pornografía, como es bien sabido).

Se pensó por ello en colonizar el planeta Marte, para entonces ya completamente terrestrizado en su medio ambiente, con las cada vez más inteligentes piaras cósmicas, evolucionadas en la nueva especie sus scrofa alien. Y allí fueron dirigidos los cargueros interplanetarios, naturalmente propulsados por combustibles a base de metano. Antes de ser liberados en el SALOON (Sus ALternative Outer Operative Nursery) por la superficie marciana, los cerdos fueron conectados a los satélites de Marte, y éstos a su vez con las estaciones de la órbita terrestre, desde donde las señales serían redirigidas a las redes del SHERIFF.
V. La guerra de señales

La guerra de señales fué breve. Marte, rebautizado como el planeta Porquia, consiguió muy pronto el acta de su independencia. Ahora mientras te escribo vivimos una paz inestable, siempre alertas a esporádicos ataques de información porcina, cada vez más difícil de distinguir de la humana.
Deja de guardarlo todo, querido yo. Practica el silencio.
Un saludo desde tu futuro.