Querido yo: A finales del año 2010, caminando distraído por tus pensamientos, pisarás un excremento de perro, resbalarás, y caerás en una fisura del continuo espacio-tiempo. No me preguntes cómo. Al despertar te sorprenderá que aquel mismo lugar resulte de repente muy distinto. Ese lugar, éste desde donde te escribo yo ahora, es TU FUTURO. Estás confuso, lo sé, recuerdo aquel momento. Ten paciencia, lo comprenderás cuando leas mis cartas. Afectuosamente, Tu yo del futuro.

sábado, 21 de febrero de 2009

Especulación Ultraterrena

Querido yo:

Probablemente te interese conocer aspectos trascendentales del futuro que te aguarda: ¿Qué significado tiene tu existencia? ¿Conocerás el amor verdadero? ¿Existe un Ser superior? ¿Qué ocurre después de la muerte? Bien, hoy comenzaré por hablarte de esto último.

Tras la prohibición de las incineraciones por la emisión de CO2, lo que actualmente ocurre cuando una persona muere es que su cuerpo es inmediatamente procesado por técnicos encargados de estabilizar su actividad bioquímica. Esta precaución permite prolongar durante semanas el ritual religioso elegido por los clones del difunto (por orden de preferencia según su grado de coincidencia genética) o, a falta de éstos, por votación de los asistentes con derecho a sufragio.

La duración de las ceremonias varía según el culto seguido. En algunos casos apenas un instante, como en la religión mayoritaria, el Nanoteísmo. Otras veces duran largos años terrestres, como en el Pietismo Orbital. Mención aparte merece la repetición cíclica e indefinida de fastos funerarios practicada por los Adoradores Curvitemporios, personajes acaudalados que quizá por pura ostentación dedican la totalidad de su fortuna a costear semejante dispendio, aunque sus herederos frecuentemente terminen por convertirse a la secta de la Sagrada Ascensión Hiperbólica Gravitacional. Los ascensionistas hiperbólicos, vulgarmente conocidos como ”morteriodes”, constituyen hoy en día una degeneración pagana declarada ilegal por celebrar propulsiones funerarias aleatorias sin preocuparse de cálculos de trayectoria, con grave peligro para personas y cosas.

En cuanto al ritual ateo, no es una opción aconsejable, ya que consiste en donar el cuerpo para realizar experimentos militares.

Concluidas las solemnidades funerarias, a continuación el cuerpo es transferido a la Central Astral de Clasificación Alfanumérica, desde donde tras el depósito de la fianza correspondiente parte hacia su destino más o menos definitivo: la Necrópolis Espacial Internacional, una vasta supernave esférica inicialmente concebida para su autopropulsión, aunque el desmesurado crecimiento de su tamaño y carga pronto dejaron esta ventaja en una capacidad puramente teórica. En realidad se limita a orbitar alrededor del sol como un cuerpo celeste más, el más lúgubre y caro.

Allí tiene lugar el exoterramiento, o enterramiento espacial, que también se hizo extensivo a los canes desde que hace algún tiempo se descubrieron los restos de la perra Laika, en un estado de conservación tal que conmovió a la opinión pública. Al principio sólo se exoterraron los animales más respetados: perros-policía, lazarillos-GPS, sabuesos para la caza alienígena y caniches con ‘pedigree‘. Pero finalmente terminó por admitirse a cualquier tipo de chucho que pudiera pagarlo de su propio patrimonio.

Lamentablemente, tras una era de alta mortalidad humana y canina, la masificación de los enterramientos espaciales sin la adecuada planificación urbanística provocó en el planeta artificial la inclinación su eje de rotación, introduciendo la alternancia de estaciones a lo largo del año necropolitano. No puedes ni imaginar la desolación del invierno en un lugar así, donde hasta los pocos robots encargados de las tareas de mantenimiento quedaban sumidos en una silenciosa inmovilidad. Ni te hablaré de las leyendas sobre apariciones espaciales de escafandras vacías, espectros en las claraboyas de los cohetes, o pintadas perturbadoras el casco de las sondas... Fantasías propagadas por la superstición de los pocos cosmonautas que surcaron rutas cercanas a este Planetoide de los Desterrados.

Te alertaré sin embargo sobre el precio exorbitante –nunca mejor dicho- de las plazas en la Necrópolis Espacial, donde las clases pudientes se apresuraron a estrenar los lugares con mejores vistas a la Vía Láctea. Los incentivos gubernamentales a la astroconstrucción mortuoria desembocaron en la fiebre de la reventa y la especulación necropolística, lo que a su vez disparó los precios. Apareció el fenómeno del subarriendo sepulcral, y los bancos, ahora lógicamente dirigidos por robots sin sentimientos, comenzaron a ofrecer hipotecas ultraterrenas a interés variable (luníbor + diferencial).

Tras la crisis financiera interplanetaria, muchos no pudieron continuar pagando a los robobancos; los nichos espaciales fueron embargados y sus moradores desahuciados, evidentemente sin una palabra suya de protesta. La escasa gravedad del Planetoide de los Desterrados provocaría su dispersión en todas las dimensiones del Sistema Solar, donde a veces son avistados por naves de turistas, que invariablemente informan de la extraña mueca sonriente de hombres y perros.

En cuanto a tu destino particular, no debes preocuparte. Yo voy por delante, y decidiré lo que convenga...
Un abrazo desde tu futuro.

domingo, 8 de febrero de 2009

Deja de amontonar información. Hay demasiada.


Querido yo:

Siempre consideraste tus libros y discos como una prolongación de tu cerebro. Como éste nunca demostró gran rendimiento, cualquier gadget periférico te venía bien. Sin embargo fuiste una de las muchas personas de tu época que, desde que la cosas comenzaron a tener formato digital, abandonaron el hábito de ordenarlas, hacer limpieza de vez en cuando y desechar las que ya no te serían útiles.


I. Excesos

Al principio te reservaste la custodia de tus archivos, con el tic del coleccionista físico aun, acumulando soportes digitales que pronto abandonarías para librarte de cargar con ellos y por fin colocar todo en lugares remotos. Incluso para, simplemente, dejarlos ahí. Nunca supiste exactamente dónde; te bastaba pensar que podías acceder y recuperarlos en cualquier momento. Además... ¡era gratis!

Cartas, textos, fotos, vídeos, grabaciones sonoras, discusiones en la red, conversaciones, música... Por omisión, comenzó a amasarse el registro casi íntegro de tu vida diaria: tus llamadas telefónicas, tus compras, movimientos bancarios, lecturas, intereses, cualquier cosa que mirases... Todo aquello que pasaba por tu mente, aun de manera fugaz, era embalsamado en datos al instante, sepultado en una memoria artificial y archivado en una aburrida eternidad indolora.

El colapso se avecinaba mientras el coeficiente multiplicador de irrelevancia hacía estragos en las sobrecalentadas memorias disponibles en el planeta. Cada nueva nimiedad introducida en el sistema (una fotografía con amigos, un icono emotivo en un foro, un comentario en la noticia de cualquier periódico, la marca en un mapa virtual de los lugares en que habías estado) generaba respuestas y eventos de información, multiplicando sus réplicas ad nauseam y propagando la ecolalia de datos basura en un complejo cuya capacidad de almacenamiento resultó no ser infinita.


II. Energía

Ni gratuíta. Las máquinas necesitaban gran cantidad de energía para mantener disponible la información de tu cerebro extendido (COWWBOY, por su acrónimo en inglés COgnitive World Wide Brains Of You) junto con la de las respectivas seseras del resto de individuos. Un complejo que en conjunto equivalía a un cerebro 'tonto' colectivo, conocido como SHERIFF (SHEpherd of Running Intelligence Fast Forward). Alguien tendría que pagar para alimentar esas máquinas, no tan eficientes como los cerebros del mundo animal. Tu pereza y tu falta de pudor habían convertido tu cerebro extendido era una maraña desordenada, y tus flujos de pensamiento en la errática navegación por una red exportada a lugares realquilados. Hasta que tú, junto con millones de tus permanentemente conectados semejantes, tuviste que empezar a pagar por pensar.

Las revueltas sociales y los problemas de acceso a los COWWBOY se sucedieron. Un buen día el SHERIFF sencillamente implosionó, con efectos parecidos a los del profético episodio 1206 de South Park.


III. Neuroganadería

La búsqueda de resortes de memoria más abundantes y con menores necesidades de consumo y mantenimiento volvió las miradas de los investigadores hacia el mundo animal.

Los primeros ensayos con insectos no dieron buenos resultados. A pesar de su abrumadora presencia (las estimaciones calculaban una proporción de 200 millones de insectos por cada ser humano), casi todas las especies se resistieron obstinadamente a la neuroganadería, empeñandose en volar, saltar y esquivar cualquier tipo de conexión neural externa.

Mejores frutos obtuvieron los experimentos con cerdos domésticos. Estos animales habían mostrado un comportamiento de interacciones sociales muy desarrollado, y su estructura cerebral parecía potencialmente más compatible con la nuestra. Gregarios y obedientes como los humanos, su utilización como bancos de memoria resultó tan exitosa que su población comenzó pronto a multiplicarse, hasta topar con el problema que ya te describí en mi anterior carta.


IV. La carrera espacial porcina


La neuroganadería alcanzó su apogeo, proporcionando miles de toneladas de puerca memoria para el almacenamiento de datos procedentes de los COWWBOY. Los gorrinos prestaban un doble servicio: reducir el problema de la basura al alimentarse de detritos físicos humanos, y alojar la información excedentaria de nuestras mentes, en su mayor parte basura digital (sobre todo pornografía, como es bien sabido).

Tras agotarse el espacio disponible para las granjas de información, comenzó al fin la carrera espacial porcina. Se lanzaron cientos, miles de satélites con pocilgas orbitales, pero pronto el cinturón de basura espacial empezó a sufrir asaltos de los astrocuatreros, quienes vandalizaban a los cerdos llenando sus memorias de 'spam' mental para irradiarlo directamente al pensamiento de los habitantes de la tierra.

Se pensó por ello en colonizar el planeta Marte, para entonces ya completamente terrestrizado en su medio ambiente, con las cada vez más inteligentes piaras cósmicas, evolucionadas en la nueva especie sus scrofa alien. Y allí fueron dirigidos los cargueros interplanetarios, naturalmente propulsados por combustibles a base de metano. Antes de ser liberados en el SALOON (Sus ALternative Outer Operative Nursery) por la superficie marciana, los cerdos fueron conectados a los satélites de Marte, y éstos a su vez con las estaciones de la órbita terrestre, desde donde las señales serían redirigidas a las redes del SHERIFF.


V. La guerra de señales

Estimulados por los pensamientos humanos entrelazados, los cerdos de Marte se hicieron más listos e intervencionistas. Los Batallones Educativos enviados desde la Tierra, confundidos sus sistemas de navegación por las señales porcinas, nunca llegaron a su destino. Finalmente la comunicación con SALOON empezó a sufrir ataques OINK (Obscene Interferences at Nasty KiloHertz). Extrañas interferencias. Los COWWBOYs fueron infestados de información sobre piensos, pornografía porcina, fantasías sobre baños de barro e inquietantes estrategias para re-colonizar el planeta Tierra, mientras un obsoleto SHERIFF, el viejo pastor de pensamientos, agotaba sus energías tratando inútilmente de ordenar aquel caos de información, aquel batido interplanetario de ondas humanas y porcinas. Marte, el planeta rojo, había dejado de ser una colonia de granjas para convertirse en el cerebro renegado de la Humanidad.

La guerra de señales fué breve. Marte, rebautizado como el planeta Porquia, consiguió muy pronto el acta de su independencia. Ahora mientras te escribo vivimos una paz inestable, siempre alertas a esporádicos ataques de información porcina, cada vez más difícil de distinguir de la humana.

Deja de guardarlo todo, querido yo. Practica el silencio.
Un saludo desde tu futuro.

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